Las palabras abundan. Nos comunicamos. Decimos cosas, explicamos, anunciamos y nos anunciamos. Las palabras comunican lo que somos. Pero lamentablemente las palabras son mal utilizadas. Abundan las mentiras y las destructivas conversaciones y los sofismáticos discursos. Como no se cobra por hablar, se gastan los diccionarios, y los opinólogos plagan las calles de nuestra urbe. Las palabras sin contenido, sin significado zumban por nuestros oídos. Nuestras orejas están machacadas de tanta vanidad verborrágica. Sobran palabras porque los humanos se comunican con los demás con doble sentido, con blasfemias, y maldiciones, con falsedades y engaños comunicativos.
Marcel Marceau, el gran mimo francés, reflexionó sobre las palabras en una entrevista que le hizo Fabiana Scherer para “LA NACION REVISTA” del 27 de marzo del 2005, él dijo: “No nos detenemos a reflexionar. Es cierto, atravesamos una época en la que se habla mucho, se dicen palabras sin sentidos y huecas que resuenan y que no nos dejan siquiera escucharnos. Pero están esos momentos, como en mis espectáculos, en los que utilizo el silencio para hablar del peso del alma, de los estados de ánimo, porque hay que saber en qué momento hablar y en qué momento callar: uno a través del silencio también habla y toma acción”. Y Fabiana Scherer también le preguntó: ¿Qué es lo que nunca pudo expresar como mimo? La mentira, dijo Marcel Marceau, porque para mentir sólo se necesita la palabra. Y estoy agradecido de que así sea”.
Las palabras han sido profanadas, malgastadas, manoseadas, tergiversadas. Se habla de amor, de muchas cosas, pero en la realidad se demuestra todo lo contrario. Nuestras palabras evidencian nuestras vidas de doble discurso. Somos opinólogos consumados. Nuestros labios necesitan descansar de tanto vacío, y nuestras almas imploran escuchar nuestros puros silencios, porque lo que necesitamos más que nunca en este mundo es buenas acciones y no tantas palabras sin sentido.
Julio C. Cháves.
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