jueves, 8 de marzo de 2007

Charlatanes.


Hablamos demasiado y no decimos nada que tenga sentido. Hablamos por hablar, por el simple hecho de emitir palabras. Somos charlatanes. Y los charlatanes hablan con locuacidad y sin sustancia. Nuestras palabras están cargadas de nada. Embaucamos mediante la charla y nos hacemos perder el tiempo mutuamente. Impartimos frases, textos, ínter textos, alusiones, sarcasmos, conceptos, ideas, pero todo lo decimos sin reflexión, sin pensar en las consecuencias de los dichos de nuestra boca.
Opinamos de todo, somos todólogos, opinólogos y como quieran llamarnos. Hablamos de las personas que estan ausentes. Charlar sin sentido parece ser nuestra vocación. Hablamos pero como los habitantes de la torre de la Babel no nos entendemos. Nos miramos y nos preguntamos unos a otros: ¿Me entendés? ¿Qué podemos esperar de nuestras vanas conversaciones? ¿Buenos consejos? ¿Verdades? ¿Sabiduría? Lo único que logramos con nuestras vanas conversaciones es corromper las buenas costumbres. ¡Tiempo malgastado!
Sin tener conocimiento de causa creemos saber la verdad de todo. No le damos la razón a nadie ni admitimos consejo, somos soberbios, autosuficientes y denodadamente ególatras. Como buenos sabelotodos saben que son los demás quienes siempre estan equivocados. Nosotros es difícil que nos equivoquemos. ¡Somos charlatanes!
Hablar con demás con honestidad, humildad y reflexión nos permite conocernos mutuamente. Hablar cosas con sentido es bueno para uno mismo y también para los demás porque edificamos a nuestros interlocutores. Reflexiones respecto a las consecuencias de los dichos de nuestros labios es de sabios. Pero decir cosas por decirlas es de necios. Hablar de una persona que no conocemos es vulgar, grosero y prejuicioso. Cuando entablamos una conversación con un interlocutor es bueno no interrumpir ya que esto es signo de buenos modales y nos permite conocer al otro. Sé que a veces cuesta escuchar pero hacerlo hace que los demás confíen en nosotros y abran sus corazones. El sabio Salomón dijo que todo tiene su tiempo debajo del sol, tiempo de hablar y tiempo de callar. Tiempo de decir y tiempo de que nos digan. Tiempo de informarse y tiempo de hablar con conocimiento de causa.
Cada que hablemos hay que pensar que se va a decir y como. Nuestras divulgaciones pueden perjudicarnos y pueden perjudicar a otros. Nuestra meta debe ser decir las cosas tal cual son sin tergiversaciones y mentiras. Nuestro modo de hablar debe ser coherente, asertivo, pertinente y prudencial. Tenemos una lengua y dos orejas. Si tenemos dos orejas es porque debemos escuchar más y hablar menos. Debemos hacerles el bien a los demás con los dichos de nuestros labios. ¿De qué vale decir cosas sin sentido? ¿Para que decimos cosas que no sabemos ni entendemos? ¿Qué fomentamos cuando impartimos vanos discursos?
Antes de hablar hay que pensar. Max Lucado en su libro Sobre el Yunque, dice al referirse a la comunicación: “Una de las paradojas de la comunicación es que la palabra debe ser entendida por ambas partes antes de ser usada. Sólo porque usted comprende la palabra o el concepto no significa que también lo comprenda la persona a quien usted se dirige. El comunicador es responsable de elegir las palabras que sean comprensibles para ambas partes. Usar palabras largas y rebuscadas, puede impresionar al oyente. Pero verdaderamente no son lugares para la comunicación. Lanzar palabras al aire y suponer que serán entendidas es irresponsabilidad y egoísmo”.


Julio César Cháves
escritor@yahoo.com.ar

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