sábado, 18 de abril de 2009

La maldición de la incomprensión

Uno de los mayores males que aquejan al mundo de hoy es la incomprensión. La gente no abraza, no contiene, no entiende, no justifica ni tolera los actos o sentimientos de otras personas. El que entiende la situación de su prójimo es aquel que sabe que cualquier persona sobre la faz de la tierra puede pecar o equivocarse. Nadie es perfecto. No hay justo, ni aún uno. Debajo del cielo todos somos pecadores. El que no comprende no tiene la facultad o perspicacia de entender que bajo el cielo estamos todos en igualdad de condiciones. Cuando una persona se equivoca inconcientemente es porque no sabía cuales iban a ser las consecuencias de sus acciones. Ahora, cuando una persona se equivoca deliberadamente es porque es consciente de sus actos. Y hay que aclarar que el que hace el mal deliberadamente no merece la comprensión de nadie. En todo caso se merece un castigo. De todos modos, el único que tiene el absoluto derecho al castigo es Dios. Así que el que juzga es Dios. Nuestro Padre Celestial discierne las intenciones del corazón y conoce el corazón de los hombres.

La persona que merece comprensión es aquella que tropieza porque no sabía que había una piedra en el camino. Muchas personas tienen ideales muy altos y les exigen a los demás perfección porque ellos erráticamente se creen “perfectos”. Omiten el hecho de que ellos también son pecadores. Lo cierto es que la comprensión debe ser una virtud que todos debemos cultivar porque sin comprensión el mundo se vuelve un caos, las relaciones interpersonales se vuelven insoportables. De hecho, repito, nadie es perfecto. No hay justo, ni aún uno. Podemos manejarnos en la vida con excelencia, pero jamás vamos a alcanzar la perfección porque vivimos en un mundo caído. Por eso debemos comprender. Al comprender las imperfecciones de otros “justificamos” nuestras propias imperfecciones. La Biblia dice que el que juzga será juzgado. El que mide a otros será medido. Lo que el hombre siembra cosecha.
Exigir perfección cuando uno no es perfecto es un acto de intolerancia, ignorancia. Nadie que juzga a otros es digno de ser llamado por su nombre. Lamentablemente nuestra sociedad actual se caracteriza por la violencia y la intolerancia ya que se ha esfumado la sensibilidad frente a las necesidades ajenas. Abraham Lincoln dijo en cierta ocasión: “Me da lástima el hombre que no siente el látigo, cuando los latigazos los recibe en su espalda el prójimo”. La mayoría de la gente de nuestro mundo es insensible hacia las necesidades de los pobres y los necesitados. Algunos arguyen que si están en esa condición es porque no trabajan ni se preocupan por mejorar sus vidas. Se merecen lo que les pasa. Pero yo creo que nadie elige ser pobre. Es una condición impuesta por el pecado. Creo que todos los seres humanos necesitamos comprender porque así vamos a comprendernos. La compresión es una necesidad básica para que podamos convivir en paz y armonía. En el día del juicio final todos compareceremos ante el tribunal de Dios y es ahí cuando realmente tendremos que rendir cuentas de nuestros actos, pero estando en la tierra todos los seres humanos estamos en las mismas condiciones y nadie tiene derecho de juzgar a su prójimo, en todo caso, tiene el derecho de ayudarlo, abrazarlo, tolerarlo, comprenderlo. El apóstol Pablo nos aconseja: “Y Andad en amor, como también Cristo nos amó…”. (Efesios 5:2).

Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar