Siempre que alguien actúa de manera intuitiva, lo hace a partir de poquísimos elementos, que le servirán para decidirse o no a llevar algo a cabo. Y, casi invariablemente, la decisión y la acción son más aceleradas que cuando pasa horas evaluando una enorme cantidad de información para decidirse racionalmente.
No existen medios científicos para medir, evaluar o clasificar la intuición, pero aun así, constituye una forma de conocimiento incuestionable. Quien dice que no tiene tiempo es porque todavía no sabe cómo volverse receptivo para percibirla, pues está presente –y de modo constante– en el día a día de cada uno de nosotros.
Como la intuición resulta de la comunicación entre los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro, y esa interacción tiene lugar en el inconsciente mediante un proceso que escapa a la lógica y a la linealidad del pensamiento, es necesaria cierta preparación para acceder a las afirmaciones disponibles gracias a la intuición.
Reglas básicas para desarrollar la intuición
• Estimular los cinco sentidos para recuperar la percepción clara de cada uno de ellos.
• Aprender a utilizar datos objetivos y subjetivos de la misma manera, sin dejar que el lado racional se sobreponga a las emociones e impresiones.
• Aprender a formular preguntas directas y sin ambigüedades.
• Distanciarse mentalmente de la cuestión de la que se desea intuir la respuesta.
• Mantenerse siempre atento, pues las evidencias saltan a la vista cuando uno está atento.
• Estar siempre abierto para la adquisición de nuevos conocimientos, pues una «base de datos» mayor permite más cantidad de asociaciones y conclusiones, aunque no sean para la mente lógica y analítica.
• Reservar un tiempo en la rutina diaria para la práctica del silencio mental.
• Acostúmbrese a anotar e interpretar los sueños, así como las impresiones intensas que se hayan tenido sobre determinadas cosas como forma de familiarizarse con los medios de comunicación con el inconsciente.