Una de las primeras cosas por las que había que interesarse esta mañana, a primera hora, era si el sueño del cambio había llegado por fin a los Estados Unidos. Y así ha sido; Barack Obama se ha convertido en el primer presidente afroamericano de la historia del país más influyente del mundo. Y lo ha hecho destrozando todas las expectativas, derrotando por mayoría a John McCain, un rival republicano enflaquecido por una campaña electoral que nada tenía que hacer frente a la impoluta visión electoral que ha desplegado el partido demócrata. Obama ha cristalizado el sueño que simboliza nuevos aires de cambio y un enorme estribo a esa legitimidad de su modelo social basado en las oportunidades. Norteamérica, desde hoy, vuelve a ser el país con asideros utópicos, pese a que atraviese, como el resto del mundo, por una de las peores crisis económicas de los últimos años que ha generado un lógico malestar y temor en la sociedad.
El infame George W. Bush ha dejado un coloso tocado, un país que se enfrenta a una época de transformaciones necesarias urgentes. Estados Unidos ha entrado en un dilema monetario que se ha extendido como un cáncer al resto del mundo. Además, debe aminorar su dependencia energética, regular y sanear la gestión económica, instituir la democratización política, frenar el descenso de los ingresos de las familias trabajadoras, afianzar decisiones sobre la restauración de la política atlántica, tomar una decisión lógica sobre el Irán nuclear, Oriente Medio, Cuba o Venezuela y Latinoamérica en general. Sin olvidar el cambio climático… Muchas cosas pendientes que deben romperse al igual que ése letargo anestesiante, conformista y conflictivo que ha dejado Bush, el peor presidente del país de todos los tiempos, que ha dejado un modelo económico desplomado y ha arrastrado al resto de economías internacionales, vetando la democratización de organismos internacionales, sacándose de la manga una guerra ilegal que ha manchado de sangre las manos de una nación que necesita esta nueva eventualidad. Ha llegado la hora de Obama.
En estos tiempos de incertidumbre y desarreglos, es necesaria la figura de un líder capaz de reconciliar al estrato social con la esperanza y el sueño de la renovación. El discreto silencio y la nulidad del pueblo debe transformarse en exigencia y participación, en compromiso. O al menos, eso se espera, porque ya se sabe que los políticos siguen, después de tres siglos, acogiéndose a un camuflado despotismo ilustrado. Una vez que ganan olvidan a sus electores. Esperemos, por el bien de todo el planeta, que Obama no siga este concepto tan extendido por estos lares. Esperamos que represente lo que vende con ése rostro de cercanía y voluntad de transformación, que aporte una luz al mundo que traiga con su elección como presidente la alternativa y la puerta al sueño que se abra a un derecho común y a la justicia y que elimine las iniquidades y el desamparo. El mundo le necesita. Tiene su oportunidad. Veremos cómo responde.
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