jueves, 2 de agosto de 2007

Paz con Dios y paz de Dios




Cristo dijo en cierta ocasión: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. (Juan 14:27). Esta promesa de Jesús no fue únicamente para quienes estaban escuchándolo en esa ocasión sino que es para todos los que creemos en él y le hemos aceptado como a nuestro salvador personal. Esta promesa refleja la inmutabilidad y vigencia de su mensaje. Mientras el mundo yace convulsionado, confundido, aturdido por la maldad y el pecado, los que creemos en Cristo hemos encontrado la fuente de paz inalterable. Dios, a través de Cristo, desea darnos una paz que excede nuestra comprensión y que no depende de alicientes exteriores. Jesús es la fuente soberana de la paz. Recibirlo en el corazón y permitir que gobierne y oriente nuestras vidas, proporciona paz, felicidad y satisfacción. Benjamín Franklin dijo alguna vez: “He vivido lo suficiente y cuanto más vivo veo más pruebas convincentes de que Dios interviene en los asuntos de los hombres”.
Cuando recibimos a Cristo como nuestro salvador personal, en primer lugar, tenemos paz con Dios. Romanos 5:1 dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. El pecado nos alejó de Dios. “Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”, refiere Romanos 3:23. Pero Cristo nos acercó nuevamente a Dios mediante su sangre. Colosenses 1:20 explica: “Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. Lo único que nos limpia de nuestros pecados y nos justifica delante de Dios, es la sangre de Cristo. Si Cristo no hubiera ofrecido su vida en la cruz, nosotros ciertamente estaríamos aún en nuestros pecados y seríamos condenados. Pero gracias al amor de Dios, Cristo ofreció su vida y somos salvos a través de su gracia. En su libro Con razón lo llaman el salvador, Max Lucado escribió: “Lo que sostuvo en la cruz a Dios no fueron los clavos romanos, fue su amor”.
Algunos creen que después de muertos vamos a un lugar, llamado purgatorio, donde podemos limpiar nuestros pecados, pero esto no es cierto ya que lo único que nos limpia de los pecados es el perdón de Dios por intermedio de Jesús. San Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amo Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna”.
Además de justificarnos delante de Dios y permitirnos acceder a la salvación a través de su sangre, Cristo nos dio la paz de Dios. En líneas precedentes hable sobre esto y quiero volver a decirlo. Dios nos da su paz. El apóstol Pablo escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y suplica con acción de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo pensamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. (Filipenses 4:6,7). Vuelvo a decirle, a través del sacrificio de Dios, no solo tenemos paz con Dios sino que también tenemos la paz de Dios que guarda nuestros pensamientos. No debemos temer. En medio de cualquier circunstancia no debemos temer porque no estamos solos. Dios nos ampara y nos protege. Isaías 41:10 dice: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. Conocer la paz con Dios y la paz de Dios nos proporciona confianza y certidumbre. En su ensayo Paz con Dios, el Dr. Billy Graham, escribió: “La paz con Dios y la paz de Dios en el corazón del hombre, y el gozo del compañerismo de Cristo, tienen un efecto muy beneficioso sobre la mente y el cuerpo, y llevará al desarrollo y conservación del poder físico y mental. Cristo promueve lo que es de mayor beneficio para el cuerpo como para la mente y el espíritu, además de la paz interior, del desarrollo de la vida espiritual, del gozo y del compañerismo con Cristo, y la nueva fortaleza que nos viene cuando nacemos de nuevo”.

“¿Por qué, alma mía, te acongojas?
¿Por qué te abates y amedrentas?
¿Qué puede faltarte si él provee?
El que esta aquí me ayudó.
Me ayudará en lo que aún me falta
Por andar, y tendré ocasión
De proclamar sus alabanzas”.
Jhon Newton

Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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