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Hay individuos que albergan espíritus insatisfechos, almas intranquilas y corazones que no se sienten sosegados. En ellos, la angustia del corazón es muy grande e insoportable. Viven intranquilos y buscan tranquilidad interior porque siempre están sedientos de paz y felicidad. La indignación estremece sus almas. Viven así porque en derredor de ellos abundan las gigantescas moscas de suicidio. Todo es amargo y la existencia está impregnada de dolor. La belleza y la felicidad están lejos de ellos. Por eso, los tales individuos, procuran, por todos los medios (Drogas, alcoholismo y delirio), huir de lo que son, huyen de sí mismos y del dolor del ser. Sin embargo, aunque logran escapar por un tiempo de sí mismos, después vuelven al mismo estado de antes, y permanecen igual de insatisfechos. ¿De quién estoy hablando? Estoy hablando de las personas que dejaron de mar la vida. De quienes se quieren suicidar porque han dejado de sentir la importancia de lo que son. De quienes pretenden morir porque piensan que a nadie le importa lo que ellos son como personas. De quienes han optado por el suicidio porque creen que la vida ya no vale la pena seguirla viviendo porque se ha tornado seriamente afectada por el desaliento y la desilusión, la cual se apaga lentamente y que es incapaz de percibir las más elementales realidades. Estoy hablando de las personas que piensan que le suicidio es la última salida que les queda para salvar la propia identidad, superando los condicionamientos con un acto decisivo de voluntad.
Así, pues, ¿es lícito el suicidio o la muerte voluntaria, como un derecho humano fundamental? ¿Es aceptable la licitud moral de liberarse, después de una tranquila y madura ponderación, de una vida que se ha hecho insoportable, que ya no tiene sentido y que no se puede rehacer? ¿Tiene el hombre derecho a una muerte libremente elegida? El suicidio es igual a asesinato. Matarse es matar. El suicidio es una postura claramente contraria a la voluntad de Dios. El suicidio es igual al asesinato y considerándolo como un crimen execrable. Santo Tomás de Aquino dijo: “Todo hombre busca su propia conservación en la existencia llevado por el deseo natural de vivir. Por tanto, el suicidio es contrario a la ley natural”. Hemos sido creados por Dios para vivir. El don de la vida es un legado sagrado. El suicidio es una agresión directa contra el amor que cada uno se debe naturalmente a sí mismo. Tras referirse a la ofensa que todo suicidio supone para la sociedad, de la cual el hombre es parte, Santo Tomás expone la prueba teológica, que tiene ciertamente más fuerza, y a la que nos referiremos específicamente ahora mismo; podemos resumirla así: la vida humana es un don de Dios al hombre y depende absolutamente de aquel que hace vivir y morir, como nos dice Dt. 32:39: “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano; no hay quién pueda librar de mi mano”. Según este versículo, suicidarse es usurpar a Dios el poder para decir en una causa que es ajena al hombre y le trasciende.
El suicidio es tan inaceptable como el homicidio: ‘construye un rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor, así como el amor hacia sí mismo, y una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser inocente, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros, no consentirlo explícita o implícitamente. Se trata de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad’.
Finalmente Jean-Pierre Jossua resume así toda una línea de pensamiento cristiano correcto: “Nadie puede afirmar que su vida carece de sentido, pues la existencia, tal como es, ha sido querida por Dios: de Él proviene el bagaje con que estamos dotados desde el punto de partida y también los acontecimientos que nos salen al paso de la vida; nosotros no podemos hacer otra cosa que adorar su providencia y someternos a su voluntad; solo Él conoce el sentido que pueden tener todas estas cosas, y nos llevará de este mundo cuando llegue el momento”. Tenemos vida y libertad; libertad y la responsabilidad de esperar que Dios decida hasta donde llegará nuestra existencia. Matarse es matar. Por tanto, vivamos la vida de manera responsable delante de nuestro creador y sus mandatos.
Julio C. Cháves escritor78@yahoo.com.ar
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