miércoles, 4 de julio de 2007

Caminando con Jesús

Una vez que hemos aceptado a Cristo y nos convertimos en cristianos ya no nos regimos por nuestros propios pensamientos o nuestras propias filosofías de vida, sino que andamos conforme a la verdad de Dios que se encuentra en la Biblia. La palabra de Dios es lo que rige nuestras vidas. Ya no pensamos como antes, ahora procuramos pensar como Dios quiere y esto lo logramos leyendo su palabra. Romanos 7:12 afirma: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Después de que Jesús nos limpió con su sangre de todos nuestros pecados y nos justifico delante de Dios, a través de la palabra de Dios transitamos por el camino de la fe y la obediencia a nuestro Dios.
Leer la palabra del Señor, poniéndola en practica, nos conduce a la presencia de Dios y nos lleva al gozo y la felicidad. San Juan dijo que la palabra de Dios fue escrita para que no pequemos. Los cristianos no debemos hacer lo que nos de la gana sino que debemos poner en práctica los mandamientos del Señor. Si no conocemos la palabra de Dios sufriremos y viviremos una vida sin sentido ni propósito. Josué 1:8 dice: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”.
La salvación es por la gracia de Dios, de todos modos, la verdadera fe va acompañada de obras. Santiago 2:14-19 dice: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. En una ocasión un joven se acercó a Cristo con el fin de preguntarle que debía hacer para ser salvo, a lo que Cristo le respondió: “El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. (Mateo 19:17). En el libro de Apocalipsis 22: 14 se pronuncian estas maravillosas palabras respecto a los que guardan la palabra de Dios: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. Asimismo, los cristianos sabemos que no podemos ser perfectos, es decir, no podemos poner en práctica toda la palabra de Dios sino que siempre fallamos en algún detalle, siempre pecamos, siempre necesitamos que Dios nos limpie de todos nuestros pecados a través de la sangre de Cristo, quien murió en la cruz para darnos vida eterna. Jeremías 13:23 pregunta: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?”. Dios es perfecto, pero los seres humanos, mientras estemos en este mundo vamos a estar sometidos a debilidad y nuestra naturaleza pecaminosa se opondrá a Dios. Pero nuestra debilidad y pecaminosidad es justificada mediante la sangre de Cristo. El apóstol Pablo reflexionó sobre las dos naturalezas que habitan dentro de todo ser humano: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. !!Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”.
Entonces, ¿hay alguna solución a nuestra pecaminosidad y debilidad humana? Si, la respuesta es Cristo. Romanos 7: 25 declara: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Filipenses 4:13 también dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Se terminó la debilidad y pecaminosidad del cristiano. Cristo el omnipotente se glorifica en nuestra debilidad. Somos fuertes en Cristo. Somos victoriosos en Cristo. Somos santos en Cristo. En Cristo somos más que vencedores. Romanos 8:37-39 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar