Cuando conocemos a Cristo nuestra vida ya no es lo que era ya que pasamos de muerte a vida. Antes éramos esclavos del pecado, más ahora somos esclavos de Cristo. Antes estábamos muertos, más ahora tenemos vida eterna a través de la sangre de Cristo. Claro que pecamos y nos sentimos mal por fallarle a nuestro Dios, pero si nos arrepentimos, él nos perdona y nos limpia con su sangre. 1 Juan 1:6-9 dice: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Podemos decir que los cristianos disfrutamos de una especie de cielo aquí en la tierra. A este respecto, en su relato El progreso del peregrino, Jhon Bunyan describe un estado de felicidad al cual llama “la tierra encantada” o “el país de Beulah”, donde los cristianos disfrutamos de la comunión con Cristo y son felices. Claro que seguimos pecando, pero no lo hacemos deliberadamente sino que nuestra carne, que se opone al Espíritu, nos induce a pecar, pero de todos modos, la sangre de Cristo y la comunión con él a través de la oración nos hace experimentar una forma de cielo en la tierra. Jhon Bunyan escribió: “Aquí los peregrinos alcanzan a divisar la ciudad celestial a la que se dirigían: algunos de sus habitantes venían a encontrarse con ellos; es que los seres esplendorosos caminaban a menudo en esta región, porque estaba en las fronteras del cielo. En este sitio se renovaba el pacto entre el novio y su prometida; sí, aquí el novio se regocijaba por su novia, y Dios se regocijaba por ellos”.
Claro que este lugar que Bunyan describe alegóricamente no existe en la tierra para los cristianos ya que tenemos que lidiar con la carne, el mundo y el diablo que quieren destruirnos, alejándonos de nuestro Dios. Asimismo, los cristianos disfrutamos del gozo de Dios. Ya no dependemos de lo que ven nuestros ojos sino que andamos por fe y confiamos plenamente en que Dios nos guardará de todo mal. Los cristianos pensamos en la palabra de Dios. No vivimos conforme al mundo sino que vivimos conforme a la voluntad de Dios. Romanos 12:2 dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar
Podemos decir que los cristianos disfrutamos de una especie de cielo aquí en la tierra. A este respecto, en su relato El progreso del peregrino, Jhon Bunyan describe un estado de felicidad al cual llama “la tierra encantada” o “el país de Beulah”, donde los cristianos disfrutamos de la comunión con Cristo y son felices. Claro que seguimos pecando, pero no lo hacemos deliberadamente sino que nuestra carne, que se opone al Espíritu, nos induce a pecar, pero de todos modos, la sangre de Cristo y la comunión con él a través de la oración nos hace experimentar una forma de cielo en la tierra. Jhon Bunyan escribió: “Aquí los peregrinos alcanzan a divisar la ciudad celestial a la que se dirigían: algunos de sus habitantes venían a encontrarse con ellos; es que los seres esplendorosos caminaban a menudo en esta región, porque estaba en las fronteras del cielo. En este sitio se renovaba el pacto entre el novio y su prometida; sí, aquí el novio se regocijaba por su novia, y Dios se regocijaba por ellos”.
Claro que este lugar que Bunyan describe alegóricamente no existe en la tierra para los cristianos ya que tenemos que lidiar con la carne, el mundo y el diablo que quieren destruirnos, alejándonos de nuestro Dios. Asimismo, los cristianos disfrutamos del gozo de Dios. Ya no dependemos de lo que ven nuestros ojos sino que andamos por fe y confiamos plenamente en que Dios nos guardará de todo mal. Los cristianos pensamos en la palabra de Dios. No vivimos conforme al mundo sino que vivimos conforme a la voluntad de Dios. Romanos 12:2 dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar
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