Santiago 4:1,2 pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”.
Es fácil responder estas preguntas ya que hay una sola respuesta a ellas y es que las guerras y todo el mal latente sobre la faz de la tierra se debe al corazón del hombre. Allí, dentro del ser humano, se encuentra el mal. Sentimientos pecaminosos anidan dentro del alma humana. Es allí, debajo de la piel, donde habitantes los más variados egoísmos, codicias, envidias, ambiciones, concupiscencias.
Ahora, ¿cómo revertimos esta condición humana? ¿Cuál es la forma de erradicar el mal que habita dentro del hombre? Creo con una sola regla del evangelio podemos lidiar con la maldad humana. Esta única regla es la regla de oro, que consiste en tratar a los demás como deseamos ser tratados. Este concepto y mandamiento bíblico, ordena que debemos amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Claro que en primer lugar debemos poner a Dios y amarlo con todo nuestro ser, pero de igual forma debemos amar a los demás porque sin amor no podemos combatir el mal. La palabra de Dios dice que no debemos dejarnos vencer por el mal sino que debemos vencer al mal con el bien. Si amaramos a Dios y también amaramos a los demás, erradicaríamos las guerras y los pleitos del corazón del hombre.
Lamentablemente sabemos que no todos los seres humanos aceptarán el evangelio. Esto quiere decir que la maldad humana siempre estará presente y que contribuirá que los hombres vayan de mal en peor, engañando y siendo engañados. Lo único que queda es aceptar a Cristo individualmente y aferrarse a sus promesas. Entonces, la paz de Dios hará posible que vivamos en armonía y seamos felices, pese a las guerras y las maldades humanas. La paz del alma es el regalo que Dios tiene para todos aquellos que aceptan a Jesús como su único y suficiente salvador. Santiago 4: 6-10 expresa: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”.
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar
Ahora, ¿cómo revertimos esta condición humana? ¿Cuál es la forma de erradicar el mal que habita dentro del hombre? Creo con una sola regla del evangelio podemos lidiar con la maldad humana. Esta única regla es la regla de oro, que consiste en tratar a los demás como deseamos ser tratados. Este concepto y mandamiento bíblico, ordena que debemos amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Claro que en primer lugar debemos poner a Dios y amarlo con todo nuestro ser, pero de igual forma debemos amar a los demás porque sin amor no podemos combatir el mal. La palabra de Dios dice que no debemos dejarnos vencer por el mal sino que debemos vencer al mal con el bien. Si amaramos a Dios y también amaramos a los demás, erradicaríamos las guerras y los pleitos del corazón del hombre.
Lamentablemente sabemos que no todos los seres humanos aceptarán el evangelio. Esto quiere decir que la maldad humana siempre estará presente y que contribuirá que los hombres vayan de mal en peor, engañando y siendo engañados. Lo único que queda es aceptar a Cristo individualmente y aferrarse a sus promesas. Entonces, la paz de Dios hará posible que vivamos en armonía y seamos felices, pese a las guerras y las maldades humanas. La paz del alma es el regalo que Dios tiene para todos aquellos que aceptan a Jesús como su único y suficiente salvador. Santiago 4: 6-10 expresa: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”.
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar
No hay comentarios.:
Publicar un comentario