
Un barco fue sorprendido por una impredecible tempestad y sólo un hombre logró sobrevivir al naufragio, siendo arrastrado por las olas hacia una isla desierta y desabitada. En su desesperación, el este hombre oraba a Dios pidiendo ayuda y liberación de su soledad. Cada día observaba el horizonte con el firme propósito de hacer señales a un barco que divisara. También escribió con troncos en la playa: ¡Socorro!, por si pasaba algún avión. Con el tiempo y adecuándose a la isla logró construirse una precaria choza donde metió todo lo que había rescatado de los restos del barco. Cierto día, cuando el naufrago regresaba de su búsqueda cotidiana de alimentos, vio subir una columna de humo y al correr hacia ella descubrió que procedía de su choza, la cual estaba envuelta en llamas. Todas sus pertenencias se estaban quemando. Ahora no estaba solo sino que también se había quedado sin nada. Aturdido y ahogado de pena y desesperación, cayó de rodillas en una profunda depresión, y pasó toda la noche llorando, preguntándose que sería de él. Entonces, a la mañana siguiente, se levantó temprano y descendió a la playa y allí, para su sorpresa, descubrió un barco anclado no muy lejos de la costa y divisó un pequeño bote que se dirigía hacia él. Una vez a salvo en el barco que llegó a su rescate, le pregunto al capitán como se le ocurrió mandar ayuda. A lo que el capitán respondió: “Vimos las señales de humo y nos apresuramos a llegar ya que nos habíamos enterado de un barco que se había hundido en esta zona”. En ese mismo instante el naufrago cayó de rodillas para darle gracias a Dios porque le había mandado ayuda.
Al igual que este desesperado naufrago, muchos nos desesperamos cuando la vida se complica y no encontramos la solución a los problemas. Cuando nos creemos más seguros y confiados, se hunde nuestro barco y terminamos en una isla desierta, solos, sin saber a que atenernos. Nadie esta exento de estos momentos de la vida. Ante el dolor, muchas personas se rinden y se dan por vencidas, y otros, en cambio, ven estos momentos como una oportunidad para que Dios manifieste su poder y nos libere de tal circunstancia desagradable. Los que confían en Dios sacan fuerza de debilidad y en medio del dolor se tornan héroes que salen adelante. En su ensayo El problema del dolor, C. S. Lewis, dice: “El espíritu humano ni siquiera comenzará a intentar someter la voluntad propia mientras parezca que todo en él anda bien. Ahora bien, el error y el pecado tienen esta característica: cuanto más profundos sean, menos sospecha la víctima su existencia; son un mal enmascarado. El dolor es el mal desenmascarado, inconfundible; todo hombre sabe que algo anda mal cuando está sufriendo. Podemos tranquilamente permanecer en nuestros pecados y estupideces, y cualquiera que haya observado a los glotones engullir los manjares más exquisitos, como si no supieran lo que estaban comiendo, admitirá que podemos ignorar incluso el placer. Pero el dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. Un hombre malvado feliz, es un hombre sin la menor sospecha de que sus acciones no "corresponden", de que no están de acuerdo con las leyes del universo”. Dios permite el dolor para que nos acerquemos a él. Cuando todo anda sobre rieles nos volvemos autosuficientes pero cuando nos aqueja el dolor nos damos cuenta de nuestra intrínseca necesidad de nuestro creador. A los que aman a Dios todo les ayuda para bien. Podemos decir que si Dios permite el dolor en nuestra vida es porque necesitamos de é, necesitamos orar, leer su palabra, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para lidiar con el dolor y salir victoriosos. El sufrimiento humano es una realidad que no podemos negar y tiene sentido ya que permite afirmarnos en el camino del Señor, confiando completamente nuestras vidas a él. Los cristianos no debemos temer al sufrimiento y no debemos caer en la tentación de procurar evitarlo cueste lo que cueste, sino que debemos verlo como una oportunidad para que Dios se glorifique en nuestras vidas. El apóstol Pablo dijo que seremos incluidos en el esplendor de la venida de la gloria, y será esta la que pondrá en apariencia los sufrimientos que percibís vosotros en este tiempo presente. “Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada.” (Romanos 8:18).
Julio césar Cháves escritor78@yahoo.com.ar
Al igual que este desesperado naufrago, muchos nos desesperamos cuando la vida se complica y no encontramos la solución a los problemas. Cuando nos creemos más seguros y confiados, se hunde nuestro barco y terminamos en una isla desierta, solos, sin saber a que atenernos. Nadie esta exento de estos momentos de la vida. Ante el dolor, muchas personas se rinden y se dan por vencidas, y otros, en cambio, ven estos momentos como una oportunidad para que Dios manifieste su poder y nos libere de tal circunstancia desagradable. Los que confían en Dios sacan fuerza de debilidad y en medio del dolor se tornan héroes que salen adelante. En su ensayo El problema del dolor, C. S. Lewis, dice: “El espíritu humano ni siquiera comenzará a intentar someter la voluntad propia mientras parezca que todo en él anda bien. Ahora bien, el error y el pecado tienen esta característica: cuanto más profundos sean, menos sospecha la víctima su existencia; son un mal enmascarado. El dolor es el mal desenmascarado, inconfundible; todo hombre sabe que algo anda mal cuando está sufriendo. Podemos tranquilamente permanecer en nuestros pecados y estupideces, y cualquiera que haya observado a los glotones engullir los manjares más exquisitos, como si no supieran lo que estaban comiendo, admitirá que podemos ignorar incluso el placer. Pero el dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. Un hombre malvado feliz, es un hombre sin la menor sospecha de que sus acciones no "corresponden", de que no están de acuerdo con las leyes del universo”. Dios permite el dolor para que nos acerquemos a él. Cuando todo anda sobre rieles nos volvemos autosuficientes pero cuando nos aqueja el dolor nos damos cuenta de nuestra intrínseca necesidad de nuestro creador. A los que aman a Dios todo les ayuda para bien. Podemos decir que si Dios permite el dolor en nuestra vida es porque necesitamos de é, necesitamos orar, leer su palabra, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para lidiar con el dolor y salir victoriosos. El sufrimiento humano es una realidad que no podemos negar y tiene sentido ya que permite afirmarnos en el camino del Señor, confiando completamente nuestras vidas a él. Los cristianos no debemos temer al sufrimiento y no debemos caer en la tentación de procurar evitarlo cueste lo que cueste, sino que debemos verlo como una oportunidad para que Dios se glorifique en nuestras vidas. El apóstol Pablo dijo que seremos incluidos en el esplendor de la venida de la gloria, y será esta la que pondrá en apariencia los sufrimientos que percibís vosotros en este tiempo presente. “Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada.” (Romanos 8:18).
Julio césar Cháves escritor78@yahoo.com.ar
1 comentario:
Gracias de Dios, estimado Chàvez, por tù sustantiva enseñanza y actitud evangèlica. Para ubicar unos de tus contenidos he visto còmo cuesta encontrarlos y tus videos no funcionan, es evidente que eres de los que hacemos las cosas "a lomo", oro por ti al Señor. Abrazo catòlico en El.Ricardo DCFerrero
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