jueves, 8 de marzo de 2007

La moda del chusmerío.


Con este articulo, seguramente, varias personas se sentirán heridas u ofendidas, y algún enemigo más sumaré a mi lista. De todos modos, esta semana quiero abordar un tema sumamente entretenido y candente, es el tema del chusmerío. Creo que la mejor manera de empezar es hablando de los programas de televisión donde periodistas del espectáculo pululan respecto a las virtudes, defectos, infidelidades, y todo tipo de elementos pecaminosos que pueblan las vidas de las estrellas de televisión. Después del mediodía advertimos como estos programas hacen acto de presencia en los hogares de todo el país a través del púlpito del diablo. Las vedettes y las modelos, los actores y los jugadores de fútbol, los travestis famosos y los humoristas, los opinólogos y los oportunistas, múltiples personajes de la farándula desfilan impúdicamente por estos programas basura. Y sin cesar, día a día, van sembrando el chusmerío por doquier. Un periodista habla de los amoríos de la vedette que ya cambió como veintiocho novios. Otro cuenta como a la actriz de moda el marido le mete los cuernos. Otro describe con lujo de detalles cuantas operaciones se hizo la modelo más cotizada para estar en tantos desfiles. Lo que tienen en común estos “periodistas” es su capacidad de chusmear y de enseñarles a chusmear masivamente a todos los argentinos. Lo mismo advertimos en las revistas y otro tipo de publicaciones. Allí también desfilan variados miembros de la farándula exponiendo sus tranzas y agachadas con tal de seguir figurando, aunque más no sea en un epígrafe periodístico. Y a través de estos medios impresos también se nos sigue propugnando e inculcando la ideología del chusmerío.
No se porque pero a los argentinos nos encanta husmear en la vida ajena. Lo mismo que pasa en este tipo de programas pasa en los barrios de las grandes y pequeñas urbes. La diferencia es que los miembros de la farándula ya no son las vedettes, las modelos, o los actores de moda, sino todos nosotros, las personas comunes. Gracias a la libertad de expresión podemos chusmear. Nos metemos en las cosas ajenas. Los bancos en las veredas de nuestra ciudad son fieles testigos de nuestras malas lenguas. Hablamos de fulano y de mengano. De este modo no nos aburrimos. Quizás los chimentos de barrios no quedan impresos pero se propagan como peste destructora. La frase “Fulana esta re-quemada” es común en los labios del parnaso farandulero. En estas líneas no quiero divulgar el divorcio o sugerir ciertos romances particulares, lo que quiero es reflexionar sobre esta estúpida tendencia de meternos en la vidas de los demás. Creo que el chusmerío lo único que hace es hacer añicos los vínculos humanos. Además, muchos chusmean propugnando mentiras y anécdotas totalmente falsas. La realidad es que chusmeamos porque somos frívolos hasta la médula y lo hacemos con la intención de sobrevivir en esta urbe ultracompetitiva y muchas veces hostil. Mientras muchos desnudan las intimidades el vecino y amoríos, drogas, adulterios, y hasta locuras dudosas, desfilan en impúdica procesión por cada una de las calles de nuestra ciudad y las pantallas de televisión, creo que es inteligente vivir la propia intimidad, respetando la vida ajena. De hecho, nadie puede decir que vive en un mágico pedestal donde nadie sabe nada de él y no tiene nada que decir en su contra. Defectos tenemos todos. Virtudes también. Pero, ¿a quien le interesan las virtudes a la hora de chusmear? Todos somos humanos, aunque muchos no lo parezcan a simple vista. Creo que no es conveniente hablar demasiado de los vaporosos integrantes de la farándula pueblerina ya que acá nos conocemos todos y quizás la mano que hoy mordemos, mañana nos puede dar de comer. Creo que si nos pondríamos a hablar, todos tendríamos algo que decir del otro y con poca piedad, abundante humor y buena información, echaríamos por tierra la infalible reputación de muchos intocables miembros de la farándula criolla. Lo mejor que podemos hacer es emular la célebre ormeta de la mafia siciliana que impide hablar demasiado de sus camaleónicos integrantes y hacer pacto de silencio, son solo por el bien del otro sino también por el bien propio y el bien de todos.
“-El emperador está desnudo-gritó un niño. Entonces todos repararon en que era cierto. Pero por temor al Emperador y a sí mismos, con cara de distraídos, siguieron silenciosos el cortejo.” H. C. Andersen.
Julio Cháves. Escritor78@yahoo.com.ar

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