jueves, 8 de marzo de 2007

Demasiadas palabras.


Hablamos demasiado. Aparentemente nos comunicamos, al menos creemos eso. Decimos, contamos, anunciamos y nos anuncian. Y como dice la Biblia “…de la abundancia del corazón habla la boca”. Nuestros labios son los caños por donde corre el caudal vacío de nuestras opiniones y pensamientos. De nuestros labios salen los males que nos aquejan. Nuestros labios nos condenan. Tristemente utilizamos de mala manera nuestro vocabulario. Hablamos demasiado, escupimos frases hechas, hablamos sin corazón y no decimos nada, absolutamente nada. El filósofo español Juan Luís Vives dijo que no hay mejor espejo que refleje la imagen del hombre que sus palabras.
Como no cobra por hablar se emplean indiscriminadamente todas las palabras del diccionario e incluso se inventan nuevas palabras para seguir diciendo y explicando la vida, el mundo, las relaciones humanas. Los opinólogos y todólogos pululan sin para como malignos pájaros mentirosos. Las palabras sin contenido ni sentido zumban por el aire y se meten terroristamente en los oídos. Nuestras orejas están machacadas de tanta sangre verbal. Nos comunicamos hablando en doble sentido, decimos blasfemias y gritamos a los cuatro vientos falsos mensajes de esperanza, damos un doble discurso y damos falsos testimonios.
En una entrevista realizada por Fabiana Scherer al gran mimo francés Marcel Marceau para La Nación Revista del 27 de marzo de 2005, el gran mimo le contestaba a la periodista: “No nos detenemos a reflexionar. Es cierto, atravesamos una época en la que se habla mucho, se dicen palabras sin sentido y huecas que resuenan y que no nos dejan siquiera escucharnos. Pero están esos momentos, como en mis espectáculos, en los que utilizo el silencio para hablar del peso del alma, de los estados de ánimo, porque hay que saber en que momento hablar y en que momento callar; uno a través del silencio también habla y toma acción”. En otra pregunta Fabiana Scherer le preguntó:-“¿Qué es lo que nunca pudo expresar como niño?”.
_”La mentira”,- dijo el gran mimo francés. “Porque para mentir sólo se necesitan las palabras”, remató finalmente.
Las palabras se las lleva el viento porque han sido manoseadas, profanadas, tergiversadas y mal empleadas desde antes de la torre de babel donde Dios confundió el idioma de los hombres. Hablamos de amor, tolerancia y respeto de las diferencias, pero en la realidad cotidiana hablamos “idiomas” diferentes porque practicamos la violencia y la discriminación. Nuestras palabras están manchadas de mal humor y maldad moral. Hablamos mal de todo, incluso de nosotros mismos. Los espejos nos mienten como en los cuentos para niños porque saben que somos víctimas y victimarios de nuestros autoengaños. Nuestros labios necesitan descansar y de este modo liberarse de tanto vacío. Es menester guardar silencio y reflexionarnos. “Una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras sino cien pensamientos”, dijo
Henri Poincaré, Matemático francés.


Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

No hay comentarios.: