El Dr. Jaime Barylko, en su ensayo Para quererte mejor, dice al referirse a este relato de Cortázar: “La autopista del sur que se había paralizado se libera de los escollos que la habían mantenido fuera del tiempo. Se da la señal. Vuelven a moverse. Se separan, se alejan y ahora comienzan a correr, con el objetivo adelante, lejos, sin mirar atrás, sin mirar al costado, nadie es nadie, todos son todos y vuelven a sus caparazones antiguos, a ser ingenieros, secretarias, hombres de negocios, modelos, costureras, dentistas, almaceneros. Y la marcha que se reanuda, y el retorno a esa fatal marcha monista, absoluta, decretada por alguna incógnita deidad”.
El propio Cortázar termina el cuento de la siguiente manera: “…y en la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a 80 Km . por hora, hacia las luces que crecían poco a poco, sin que se supiera bien porqué, esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia delante, exclusivamente hacia delante”. Y así toca a su fin el cuento de Cortázar.
Los conductores de los autos del cuento corren a un ritmo frenético, van hacia delante sin mirar atrás. Del mismo modo andamos nosotros. Corremos. Y muchas veces necesitamos un escollo que se cruce en nuestra ruta para poder detenernos. Los conductores del cuento no se detuvieron por propia voluntad sino que los detuvo la circunstancia, el escollo. Pero vale decir que esa forma de detenerse no es la más conveniente para vivir una vida consciente. La verdadera manera de detener la marcha es cuando uno lo hace consciente y deliberadamente. Sé que correr da la sensación de vivir. Con frecuencia corremos porque la velocidad compensa otras cosas que nos faltan. Debido a nuestro apresurado ritmo de vida nos perdemos muchas cosas. Tenemos miedo de detenernos porque no sabemos convivir con la tranquilidad, nos da aprensión ser conscientes de nuestra infelicidad. Brincamos de lugar en lugar porque vivimos mecánicamente, obsesivamente. Y así perdemos el tiempo.
No esperemos que surjan los escollos para detenernos. Detengámonos voluntariamente y dejemos el apuro de lado. Es nuestra responsabilidad vivir una vida consciente. Tomemos consciencia de nuestros actos. Démosle importancia a la tranquilidad y a los momentos de quietud así como les damos importancia a los momentos de movimiento. Escuchemos los latidos del corazón. No almorcemos de pie, sentémonos a la mesa con nuestros seres queridos. Disfrutemos de los minutos de espera, de los minutos de silencio. Los habitantes de los autos aledaños esperan nuestra compañía. Detengámonos porque de tanto correr nos vamos a dar la cabeza contra la pared. Dejemos de competir, de tratar de ganarles a todos. Si seguimos a un ritmo frenético nos vamos a golpear. Aprendamos que todo automovilista tiene que detenerse para cargar nafta. Disfrutemos del ocio tanto como del trabajo. Y aunque en la autopista no halla ningún escollo salgamos de la ruta, frenemos el auto y dejémoslo al lado del camino. Y seguramente encontraremos alguien con quien hablar. “Escoger el propio tiempo es ganar tiempo”, dijo Sir Francis Bacon.
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