lunes, 17 de septiembre de 2007

¡Volvamos al amor!




















Esta es una época de insensibilidad. A nadie le importa su prójimo. Los seres humanos del tercer-milenio están pintados de un duro e impermeable barniz de insensibilidad. Los ricos ostentan su opulencia mientras los pobres exhiben sus miserias. Falta amor porque la gente no conoce a Dios ni ha nacido de nuevo. Muchos hablan de amor, pero desconocen lo que significa esta palabra. Incluso muchos líderes religiosos predican sermones sobre el amor al prójimo y la regla de oro, pero cuando bajan del púlpito y ven la necesidad no están dispuestos a sacrificar nada con el propósito de ayudar a sus semejantes. Los políticos hablan de justicia social y equidad, pero practican la corrupción y se codean con la impunidad. La gente necesita acercarse a Dios. Los hombres necesitan ser redimidos, necesitan nacer de nuevo, necesitan conocer el amor de Dios. El amor de Dios nos ayuda a hacer buenas obras. Si permitimos que el Espíritu Santo llene del amor de Dios nuestros corazones entonces podremos experimentar verdaderamente amor y compasión por el prójimo. Primera de Juan 2:10 dice: “El que ama a su hermano, permanece en la luz”.
La parábola del buen samaritano es bien conocida. Un hombre encontró a una persona herida en su camino y la ayudó. El que tiene amor de Dios siente compasión por su prójimo y hace algo por ayudarlo. Jesús dijo que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios sobre todas las cosas y en segundo lugar, amar a los demás como a nosotros mismos. Cuando el maestro dijo esto nos hizo entender que aun cuando las estrictas reglas de la Ley estaban vigentes, el principio fundamental de la vida para el creyente, era el amor divino. La ley no fue escrita para el hombre justo, sino para los "transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos..." (1 Timoteo 1:9).
El amor a Dios y el amor a nuestros semejantes son inseparables, son dos mandamientos que están ínfimamente vinculados. El amor por nuestros semejantes depende intrínsecamente de nuestro amor a Dios; y nuestro amor a Dios se manifiesta en nuestro amor por otros. (1 Juan 4:20 al 5:2). Por supuesto que estos dos mandamientos fundamentales son distintos, pero uno depende del otro y viceversa. Amar a Dios, como lo describe el Nuevo Testamento, no es algo corriente para el hombre. La naturaleza humana con que nacimos nos concibe como enemigos de nuestro Creador. (Lucas 19:11-14; Juan 3:20; Romanos 5:10; Colosenses 1:21). Amar a Dios como Jesús propone en Mateo 22:37 debe ser la respuesta del hombre al amor que Dios tiene por él. Dios ama a la humanidad. Por lo tanto, se espera que el hombre ame a Dios con todo su ser. El amor por los demás depende del amor que Dios nos expresó a nosotros de antemano. `Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros» (1 Juan 4:11). Dios nos amo para que nosotros también amemos. Dios es amor. Y el Espíritu Santo es quien hace que el amor de Dios se convierta en amor por nuestros semejantes.
Dios nos llamo a hacer el bien. Es lamentable cuando muchos creyentes son insensibles a las necesidades de otros. Ven la necesidad, hablan del amor de Dios en la iglesia, pero cuando ven a un vecino necesitado no hacen nada por ayudarlo. Es evidente que el que no tiene amor aún no ha conocido a Dios. Gálatas 6:10 nos exhorta: "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe." He escuchado a muchos predicadores en diferentes eventos y cruzadas por todo el país, pero fueron pocos los predicadores que me mostraron de forma contundente el amor de Dios. Creo que es imperiosa la necesidad de volver al amor. Podemos hablar de prosperidad, bendiciones, éxito, pero si no tenemos amor no somos nada. Debemos orar al Señor para que su Espíritu Santo llene nuestros corazones de su amor. Necesitamos amar a Dios y amar a nuestros semejantes. En un libro titulado Todavía remueve piedras, el escritor Max Lucado escribió: “Para el que es amado una palabra de afecto puede ser una migaja, pero para el que carece de amor una palabra de afecto puede ser un banquete”.
Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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