viernes, 2 de marzo de 2007

El privilegio de servir a Dios y a los demás.



Todos los seres humanos tenemos dones y talentos. Dios nos creó con características únicas. Somos originales. Cada cual tiene su idiosincrasia. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto…”. (Santiago 1:17). Ahora bien, muchas personas destinan sus capacidades, dones y talentos para beneficio propio. En vez de servir a Dios y a los demás, buscan popularidad, triunfo personal, que obviamente no incluye el beneficio del reino. Estos individuos quieren que se hablen de ellos. Buscan notoriedad. Nuestro creador desea que explotemos nuestras capacidades para darle gloria. El desea que utilicemos nuestra inteligencia y creatividad para exaltarlo, glorificarlo. El nos ha dado dádivas para que le tributemos alabanza y adoración. Sin embargo, en vez de servir a Dios con sus capacidades, los cristianos compiten por ser mejores que sus hermanos y por ver quien es más delante de Dios. El egoísmo los cegó de tal forma que en vez de servir al dueño del reino, sirven al reino mismo. Entonces, debemos decir que en este tiempo de feroz competitividad e individualismo corrosivo, Dios desea de nosotros que dejemos de vanagloriarnos y que en cambio, tributemos gloria a su nombre. En vez de tratar de ganarles a los demás, procuremos ganar a otros para Cristo. Sé que servir a Dios no es una tarea fácil. Sé que trabajar para Dios supone arrojo, trabajo, valentía y sobre todo, amor, no sólo a Dios sino también a los demás, incluso a nuestros enemigos. Es tiempo de utilizar los dones para servir a Dios. Esto es libertad. El individualismo aparenta ser beneficiante, cómodo y confortable, pero deshonra a nuestro Señor. Quitémonos las mascaras de la propia conveniencia y empecemos a salir de nuestra piel hacia fuera. El exceso de soberbia nos ha dividido, separado, aislado. Es tiempo de ser simplemente lo que Dios tenía previsto que seamos. “Porque en él vivimos, y nos movemos y somos…”. (Hebreos 17:28).
Lucas Leys en su libro Viene David, dice: “Para el mundo, la vida es una carrera en busca de prestigio. Para nosotros que somos cristianos debe ser una de servicio. Debemos reemplazar esta tendencia al exitismo por el estilo de Cristo. Desde el primer acto de su vida hasta el último se caracterizan por la humildad y el servicio. Nacer en un establo de Belén fue todo un antecedente para marcarnos su camino. Su vida y ministerio estuvieron caracterizados por la entrega sacrificada y, por si nos quedaba alguna duda, murió en una cruz sacrificándose por nosotros. Lo más claro que dijo Jesús respecto al privilegio fue cuando la mamá de Jacobo y Juan se acercó a él para pedirle que sus hijos se sentasen a su izquierda y su derecha cuando viniese en su reino. Jesús llamó a los discípulos al fueguito y les dijo: El que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20:26- 28” . La humildad y el servicio es lo que nos convierte en ganadores. Cuando empleamos nuestros talentos, dones y capacidades para promover el reino se Dios se puede decir que tenemos verdadero conquistadores. No vale nada sobresalir y ser mejores que otros, si la bendición de Dios no esta sobre nuestras vidas. El que no tiene tiempo para Dios tiene tiempo para sufrir. El que no tiene tiempo para los demás es un egoísta. Invertir lo que somos en el reino de Dios nos hace acreedores de infinitas bendiciones. En la parábola de los talentos se dice bien claro que sucede con las personas que no emplean sus dones y talentos como Dios manda. Cuando somos fieles en lo poco Dios nos pone sobre mucho pero si somos infieles y nos preocupamos únicamente por nuestro propio bien y desoímos los consejos del creador, Dios nos castiga. A los fieles les dará más, pero a los infieles les dará su merecido. (Lucas 16:10). El individualismo nos separa de Dios y de los demás. La búsqueda del éxito personal nos distancia de las bendiciones divinas y nos arrastra al sufrimiento. En cambio, si rendimos todas las áreas de nuestras vidas al Señor y procuramos servirle por amor a su nombre, él nos colmara de recompensas. “…si andamos en luz, como él esta en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado”. (1 Juan 1:7).

Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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