viernes, 2 de abril de 2010

Los hombres estéticos


Este es el siglo de la estética, de la piel, de lo superficial. Muchos individuos entienden la belleza exterior como un valor en si mismo y adoptan una actitud esteticista, tributando culto a la belleza, dejando de lado la interioridad, el adentro, la idiosincrasia, la esencia del otro. Hoy hay que tener la piel lisita, sin arrugas. Envejecer es signo de deterioro, muerte, temporalidad. El esteta busca la belleza porque la fealdad y la vejez le hacen acordar de la responsabilidad que significa el paso del tiempo. Como no tiene un proyecto de vida rehúsa responsabilizarse de su futuro buscando el placer efímero de lo inmediato. Un modelo de hombre esteta es Don Juan, el "picaflor" que disfruta conquistando mujeres pero no se casa, ni quiere comprometerse y sólo busca el placer hedonistamente.


El Fausto de Gœthe es una versión más intelectual y refinada de hombre estético. Él disfruta el placer de las ideas: las estudia, las disfruta, pero no toma a ninguna por verdadera, ninguna de ellas se transforma para él en una verdad en pos de la cual deba comprometer su existencia. También él busca el placer y escapa del compromiso. Estos personajes rehúsan comprometerse porque eso implica tener un proyecto de vida y asumir el paso del tiempo y la final llegada de la muerte. José Ortega y Gasset escribió: “Las gentes cómicamente se declaran jóvenes porque han oído que el joven tiene más derechos que obligaciones ya que puede demorar el cumplimiento de estas hasta las calendas griegas de la madurez. Siempre el joven, como tal, se ha considerado eximido de hacer o de haber hecho hazañas. Siempre ha vivido de crédito. Esto se halla en la naturaleza humana”. Hay que disfrutar del paso del tiempo y peregrinar por la vida, reconociendo que algún día vamos a morir y pasaremos a la eternidad. Por esto hay que vivir con responsabilidad, ética, valores, hay que entender hacia donde uno piensa ir y que espera encontrar en su futuro deliberadamente construido. Las arrugas, las canas, las enfermedades, el sufrimiento humano en general, ponen de relieve el ahora, el presente, que es donde debemos tomar decisiones y elegir un camino entre muchos senderos que se bifurcan. Porque se libre implica decidir por cuenta propia y asumir el paso del tiempo y la vejez y la muerte como finalidad física. La búsqueda de la superficialidad, de lo estético, de la piel pone en evidencia la falta de responsabilidad y compromiso con la propia vida. El esteta termina sumido en la desesperación. Porque Don Juan a la larga termina solo si no se compromete. Porque Fausto termina enterándose que venderle el alma a Mefisto no se sirvió de nada ya que perdió la paz y la felicidad. Hay que ser responsable, aprender de los errores, cultivar los valores, amar, respeto las estaciones de la vida. Cuando la piel se arruga es cuando el hombre interior evoluciona, madura, crece. Finalmente el Cardenal Joseph Ratzinger, dice en un mensaje que dio a los participantes en el «Meeting » de Rímini: “De todas formas, la mentira emplea también otra estratagema: la belleza falaz, falsa, que ciega y no hace salir al hombre de sí mismo para abrirlo al éxtasis de elevarse a las alturas, sino que lo aprisiona totalmente y lo encierra en sí mismo. Es una belleza que no despierta la nostalgia por lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, al abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer. Es el tipo de experiencia de la belleza al que alude el Génesis en el relato del pecado original: Eva vio que el fruto del árbol era «bello», bueno para comer y «agradable a la vista». La belleza, tal como la experimenta, despierta en ella el deseo de posesión y la repliega sobre sí misma. ¿Quién no reconocería, por ejemplo en la publicidad, esas imágenes que con habilidad extrema están hechas para tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí?”. Creo que lo único que nos queda es reflexionar y empezar a mirar lo que habita debajo de la piel del hombre. Ahí, dentro del hombre, en su alma, en su intrínseca necesidad de Dios, se encuentra la verdadera belleza.


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