viernes, 16 de marzo de 2007

Un corazón que piensa.


Los seres humanos somos conscientes de lo que somos. Somos racionales y también somos emotivos. Algunas personas son reflexivas y analíticas. Eso está bien, pero tienen un defecto pues poseen un corazón que absolutamente no siente nada. En contraste, también están aquellas personas que son reflexivas y analíticas y que albergan un corazón que siente altruistamente. Eso es lo mejor. Lo más valioso que puede poseer un ser humano es un corazón que siente en un 50 % y que piensa en un 50 %. Eso se llama equilibrio. Debemos poseer sentimientos pensantes. Debemos apasionarnos y al mismo tiempo, también debemos meditar si son positivas o negativas nuestras pasiones. Sentir sin pensar es muy peligroso. Sansón sintió sin pensar y Dalila hizo que le cortaran el cabello y de ese modo, Sansón perdió su fuerza y fue llevado cautivo por sus enemigos. El rey David sintió sin pensar y cometió asesinato para quedarse con la mujer ajena. Lo mejor que podemos hacer es vivir la vida de modo consciente y responsable, sintiendo y pensando lo que sentimos al mismo tiempo. Nuestros caminos siempre deben conducir a un objetivo, pues el divagar soñador, poco a poco, conduce a la frustración. En la novela de Herman Hesse, “Narciso y Goldmundo”, en una conversación muy particular, Narciso le dice a Goldmundo: “Las naturalezas de tu tipo, los que tienen sentidos fuertes y finos, los iluminados, los soñadores, poetas, amantes, son, casi siempre, superiores a nosotros, los hombres de cabeza. Vuestra raíz es maternal. Viven de modo pleno, poseen la fuerza del amor y la intuición. Nosotros, los hombres de intelecto, aunque a menudo parecemos conduciros y regiros, no vivimos plenamente sino de modo seco y descarnado. Es vuestra la plenitud de la vida, al jugo de los frutos, el jardín del amor, la maravillosa región del arte. Vuestra patria es la tierra y la nuestra la idea. El peligro que os acecha es el de ahogarnos en el mundo sensual; a nosotros nos amenaza el de asfixiarnos en un recinto sin aire. Tú eres artista dice el racionalista Narciso al instintivo y sensual Goldmundo y yo pensador. Tú duermes en el regazo de la madre y yo velo en el desierto. Para mí brilla el sol y para ti la luna y las estrellas; tú sueñas con muchachas y yo con mancebos”.
Es verdad que el amor es un sentimiento y también es cierto que el mejor amor es el amor pensante. El amor maduro piensa en las causas y en los efectos, piensa en lo corto y en lo a largo plazo. El amor pensante trabaja con compromiso y responsabilidad en aras del bienestar del otro. Jaime Barylko escribió: “El amor se aprende. Una vez que se aprende también brota como un manantial de aguas vivas. Por eso el amor es una proeza, la victoria del Yo TE quiero sobre el Yo quiero. Una victoria pasajera, como todas nuestras victorias en el interior de nuestras contradicciones. El ego pregunta: ¿Para qué te sirve? ¿Podrás manipularla? ¿Podrás tomarla, dejarla, usarla en consonancia con tus conveniencias? El yo, el del amor, responde: No… es que justamente eso es lo que quiero al quererla, renunciar a ti, ago mío…”.
Todo amor humano es egoísta. Por tanto, el mejor amor humano es aquel que se despoja de sus propias vanidades, de su propio narcisismo y egolatría, para querer al otro como a un ser individual, autónomo. El verdadero amor no quiere parecer sino ser. La función del corazón es sentir y la función del cerebro es pensar. Para amar maduramente debemos permitir que nuestro corazón piense y que nuestro cerebro sienta. Eso es equilibrio. Eso es libertad. El amor ciego es una característica de los hombres ignorantes. Stalin dijo: “El destino baraja las cartas y nosotros las jugamos”.

Julio C. Cháves.

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