martes, 13 de marzo de 2007

Soy joven de espíritu.

Todos nacemos con un cuerpo físico efímero. El tiempo pasa y nuestro cuerpo va recibiendo los efectos del tiempo. Envejecemos. Nuestros ojos cambian. Nuestra piel cambia. Nuestros dientes cambian. Y nuestra fuerza física, paulatinamente, va dejando de ser la misma. Cuando nacemos somos sublimemente tersos. Sin embargo, desde niños debemos reconocer que la muerte es una realidad inevitable. Algún día moriremos.
Así pues, antes de morir, debemos pasar por una etapa de la vida que se llama vejez. Sócrates dijo: “Yo muero, ustedes quedan para vivir”. Vivimos envejeciendo. Pero no todos son ancianos. Algunas personas que han envejecido son viejas. Los viejos, como no están contentos con su edad y su aspecto físico, justifican sus vidas en torno a esta frase: “Soy joven de espíritu”. Los viejos que dicen esto, se debe, a que no están contentos con su inexorable envejecimiento. La sociedad actual es una sociedad que le teme al envejecimiento. Cuando un viejo dice: “Soy joven de espíritu”, en realidad está diciendo: “Por favor, no me rechacen por mí aspecto físico, pues todavía soy útil para la sociedad”. Los viejos se han cansado de la vida. Por eso han dejado de soñar, de tener ilusiones, de sonreír felizmente.
Ahora bien, lo contrario al viejo es el anciano. Un anciano ama la vida y dice: “Mi espíritu tiene la misma edad que mí cuerpo físico”. Estoy contento con el tiempo que he vivido. Un anciano no le teme a la muerte, pues sabe que el encuentro con ella es inevitable. Sabe que algún día su corazón se detendrá. Algún día su cuerpo irá al cementerio, hasta el día de la resurrección y su espíritu volverá a Dios. Un anciano conoce muy bien la vida. Un anciano conoce el dolor y la dicha, el amor y el rechazo. Un anciano es descartado por la sociedad, mientras que en él yace la sabiduría. Si un joven de veraz quiere aprender a vivir, lo mejor que puede hacer es aprender de un anciano sincero, pues un anciano es un individuo que busca compartir todo lo que ha aprendido de la vida. Un anciano sabe que las personas son más importantes que las cosas. Un viejo muere sólo, pues ha odiado a las personas y ha amado a las cosas. Pero un anciano muere rodeado de afectos… Khalil Gibran escribió al referirse a la muerte: “El miedo a la muerte no es más que el temblor del pastor cuando está de pie ante el rey, cuya mano va a posarse sobre él para concederle un honor. A pesar de su miedo, ¿el pastor no está, acaso, contento por la gracia de que ha sido objeto? ¿No lo hace eso, sin embargo, más consciente de su temblor? Porque, ¿Qué es morir sino erguirse desnudo en el viento y fundirse en el sol? Y, ¿Qué es dejar de respirar, sino liberar el aliento de su inquietos vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, volar hacia el creador?”.
A medida que el tiempo vaya surtiendo su efecto en mi cuerpo, mi anhelo más profundo es poder convertirme en un anciano, pues quiero compartir con los más jóvenes mí pasión por la vida, la esperanza y la alegría de sonreír. Deseo que mí espíritu tenga la misma edad que mí cuerpo físico. Un anciano no es un viejo.

“Dios está en mi cabeza,
Y en mi entendimiento;
Dios está en mis ojos,
Y en mi mirada;
Dios está en mi boca
Y en mis palabras.
Dios está en mi corazón
Y en mi pensamiento;
Dios está en mi final;
Y en m i partida”.
San Patricio.
“Dios está en mi nacimiento;
Y en mi vejez y en m i muerte”.

Julio C. Cháves.

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