miércoles, 14 de marzo de 2007

Somos conscientes de que moriremos.

Debido a su condición humana, el hombre es la única criatura que tiene conciencia de su mortalidad. El ser humano sabe que va a morir. Sin embargo, para el ser humano, pensar en la muerte es un tema doloroso. La muerte causa pavor incluso hasta las almas más inteligentes. Y la falta de certeza ante la muerte engendra ansiedad en el espíritu humano. Engendra ansiedad porque no sabe, con seguridad absoluta, que hay después de esta frágil mortalidad terrenal. En nuestra cultura la muerte es un tema dejado de lado. Pues todos los individuos niegan la existencia de la misma y son adoradores de la eterna juventud. Particularmente hay muchos individuos que hacen lo posible, y hasta lo imposible, por impedir que sus cuerpos envejezcan y se deterioren. Lidiar con los aspectos más ínfimos de la muerte es la eterna vocación de los que aman el elixir de la eterna juventud. En afecto, somos obstinadamente renuentes a aceptar la muerte y la vejez. Hacemos esto porque nos cuesta enfrentar las cuestiones cruciales de la vida. Joseph Sharp dijo: “La muerte no es una arrebatadora de sentido sino una dadora de sentido”. Tener conciencia de que moriremos nos empuja a las preguntas cruciales de la mortalidad humana. Saber que la muerte es parte de la vida nos permite vivir de un modo pleno y con conciencia de lo importante que somos.
En la vida es importante aprender a vivir. Pero esto no es lo único que debemos aprender. También debemos aprender a morir. En esta vida estamos de paso. Aprender a morir con sabiduría es un paso importante para poder experimentar una vida de sentido. Séneca escribió: “Durante toda la vida uno debe continuar aprendiendo a vivir, y lo que más nos asombrara es que durante la vida uno debe aprender a morir”. Saber morir es confiar nuestras almas a nuestro creador. Eso es saber morir. Saber morir con sabiduría es confiar en que Dios nos guiará incluso mucho más allá de la muerte física. En otras palabras, morir con sabiduría es confiar todo lo que somos a Dios y desapegarnos de esta frágil mortalidad terrenal. El apego a esta vida es lo que nos impide morir en tranquilidad. Cuando estamos al filo de la muerte es cuando nos volvemos más conscientes de lo importante que es la vida. Algún día vamos a morir. Es por esto que debemos aprender a morir. La muerte es parte de la realidad cotidiana. El Dr. Billy Graham en su libro “Aviso de tormenta” escribió respecto a la muerte: “La muerte es un maestro consumado de la destrucción; y sus credenciales van delante de las misma: aborto, abuso, adicción, brutalidad, crimen, enfermedad, drogas, odio, lascivia, abandono, pestes, conflicto racial, violación, venganza, hambre, suicidio, violencia y guerra. Estas son las barajas de su juego”
La muerte es real y galopa libremente por el mundo entero. La muerte expande su siniestra sombra sobre toda la faz del planeta. Ella sabe que los seres humanos le temen, y es por eso que destruye con oscura libertad. La muerte es tan real que nos apabulla. Cada año mueren millones de personas en todo el mundo. La muerte es real y se encuentra con personas de todo nivel socio-económico, con ricos y pobres, con inteligentes e ignorantes. Hay ciertas personas que le temen a la muerte. Pero ciertamente esto no nos pesa como a todos, pues nosotros los cristianos tenemos una perspectiva de la muerte totalmente diferente a la de los escépticos. Nosotros creemos que la muerte no tiene poder sobre lo que somos esencialmente. Tiene poder sobre nuestro físico, pero no sobre nuestro ser interior. Puede afectar nuestro cuerpo mortal, pero no puede afectar nuestra esencia inmortal. La muerte, para los que creen en Dios y en el sacrificio salvífico de Cristo, es el comienzo de la vida en el cielo con Dios. La muerte galopa libremente por la faz de la tierra. Sin embargo, los cristianos no le tienen miedo, pues su corazón yace con certeza gracias a la fidelidad de nuestro creador. Los cristianos no le temen a la muerte. Pero sí le temen a la muerte segunda que es la eterna separación de Dios. Esta vida es efímera. Hoy estamos y mañana no sabemos. Cuando morimos algunos recuerdan nuestra persona y otros nos olvidan. Muchos recuerdan a sus muertos porque los amaron. Otros olvidan a sus muertos porque jamás los amaron. La muerte nos separa de esta vida y nos introduce en un destino eterno. Debido a nuestra condición humana, nosotros somos conscientes de que moriremos. Sabemos que nuestro cuerpo físico muere paulatinamente. Pero también sabemos que la muerte no tiene nuestra esencia interior, lo que somos realmente, pues el cuerpo que Dios nos prestó no es más que una casa donde vivimos.
La muerte es un paso más. Es una pequeña puerta que nos conduce a una gran habitación llamada eternidad. Jesús les dijo a sus discípulos que él les iba a preparar lugar en el cielo. Las palabras de Jesús son para nosotros también, pues nosotros somos seguidores, sus discípulos. En esta tierra estamos de paso. La eternidad nos espera con ansiedad. El cielo nos espera. Jesús nos espera. En la eternidad nos espera Dios el dador de la vida. El cielo será una gran reunión familiar. Finalmente quiero citar un pasaje de la obra “El peregrino” de Jhon Bunyan donde se cuenta lo que sigue: Cuando le preguntan a cristiano sobre la muerte, él responde: “Habrá serafines y querubines, seres que harán que abramos ansiosos los ojos para verlos. También encontrarás miles y decenas de miles que han ido antes que nosotros a ese lugar; ninguno de ellos será hostil, sino que todos serán amorosos y santos. Todos andarán a la vista de Dios y levantarán en su presencia alabanzas, siendo aceptados para siempre. En una palabra, allí veremos a los ancianos con sus coronas de oro; allí veremos a los hombres que el mundo cortó en trozos, quemó en llamas, hizo devorar por las fieras, ahogo en los mares, todo por el amor del Señor de aquel lugar; todos estarán bien y vestidos de inmortalidad”.
La muerte es democrática, pues quiere que todos participen íntimamente con ella. Pese a que no nos agrada morir ni envejecer, envejecemos y morimos. La muerte es el enemigo universal. Cada persona se encuentra con ella. La muerte es una pequeña puesta que nos conduce a Dios. Apocalipsis 22:4 dice: “… y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes…”. En cierta oportunidad, una niña pequeña iba corriendo hacia el cementerio, cuando comenzó a caer la noche. Mientras iba de camino, una amiguita de ella le preguntó sin no tenia temor de cruzar el cementerio en la oscuridad. OH, No respondió la niña, pues mi casa está del otro lado. La muerte, a los cristianos no nos produce pavor, porque del otro lado, en el más allá, se encuentra nuestro creador, Dios es quien tiene poder sobre la muerte. Esta vida es la antesala hacia la eternidad.

Julio C. Cháves.

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