viernes, 16 de marzo de 2007

Palacios, efímeros palacios de letras.


Este es un mundo de palabras. Todos tienen algo que decir. Sólo hay que elegir un tema y en seguida, los opinólogos, impartes sus multitemáticas opiniones. Las palabras sobran. Parece que todos saben de todo. Sin embargo, nadie pone en práctica nada. Muchas palabras, pero pocas conductas piadosas. Muchas teorías respecto al amor, pero nada de práctica sincera del mismo. Hoy somos globales y construimos grandes castillos de letras. Con palabras queremos arreglar la vida, pero ciertamente dejamos de lado la praxis, la práctica, lo empírico, que es lo que realmente cambia nuestro comportamiento. El Dr. Jaime Barylko en su obra “En busca de los valores perdidos”, expresó: “Hablar de amor, clamar amor, decir amor, disertar sobre el amor, no es vivir el amor. El amor en cuanto realidad es vivencia, no es discurso. Nosotros hablamos tanto, discutimos tanto sobre tantos temas porque esos temas están en el nivel de la conciencia pero no figuran en el nivel de la conducta cotidiana. Pensamos que pensar ayuda a vivir; ayuda, es cierto, en la medida en que el vivir tenga movimiento propio. Pero no puede reemplazar a la vida, la vivencia. Hemos erigido el culto al habla, el diálogo, y creemos que conversando y polemizando, con suma libertad, y aún con respeto, estamos construyendo algo. Construimos, si, palacios de letras. No es la vida, es acerca de la vida. Comentar la vida, o discutirla, no es vivirla. La crisis de los valores está en que se colocan a la altura de la conceptualización intelectual mientras que pertenecen, realmente, al nivel del impulso conductual, al movimiento de la pasión que elige, de la decisión que opta”.
Cuando abundan las palabras respecto a los valores es porque se ha dejado de lado el campo de lo axiológico, de las virtudes, de los valores. Actualmente se habla mucho de las necesidades de los niños, pero nadie hace algo para satisfacer esas necesidades. Decir y no hacer es configurar ambivalencia. Muchos hablan de darle caramelos a los niños, pero muy pocos van al kiosco a comprarlos. Los personajes mediáticos, los charlatanes, los opinólogos, los fabricantes de palacios de letras, los Bla, Bla, Bla..., están de moda. Muchos decir, pero poca praxis, poco hacer. Para que hablamos si no hacemos. Las palabras no ayudan a nadie y menos al que las dice si no se las práctica.
Pitágoras pensó: “No sabe hablar quien no sabe callar.” ¿Sabemos callar? ¿O hablamos demasiado porque, de ese modo, procuramos ocultar el vacío existencial? Creo que debemos despojarnos de tantos discursos huecos. Más bien, es tiempo de que empecemos a hacer. Hay que hacer solidaridad, hay que hacer amor santo, hay que hacer el bien. Hay que ir al Kiosco a comprar caramelos y regalarlos sin esperar nada a cambio. Estoy cansado de vana elocuencia. Estoy cansado de los palacios de letras, de los sepulcros blanqueados, de las frases carentes de praxis.
Para hacer el bien hay que tener valor, osadía, hay que entregarse a los demás. Hay que ser valiente para amar, pues todos tenemos el derecho de saber que nos aman. Es crucial darnos cuenta de que hay que hacer porque el decir nos sobra. La fe está íntimamente ligada a las obras. Debemos desligarnos de nuestros portentosos egos, de nuestra inflexibilidad, de nuestro desamor, de nuestro yoísmo egolátrico, porque únicamente renunciando a nuestro narcisismo es posible ser realmente. Cuando buscamos hacer el bien de los demás queremos ser mejores y lo logramos, porque amar de hecho es más importante que amar de palabras. Cuando hacemos el bien, cuando ponemos en práctica lo axiológico, lo del corazón, lo del alma, los valores, es cuando en realidad construimos puentes de amor, de solidaridad, de altruismo, de lo benéfico. Actualmente en el mundo se ha iniciado una lucha feroz entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Está en nosotros elegir las opciones. Lo que vamos a hacer. El bien o el mal. Nosotros elegimos. Quienes deseen superarse y no superar son los únicos que realmente pueden traer alivio a esta sociedad agobiada de tanto individualismo, de tanto relativismo, de tanta permisividad, de tanto engaño, de tanta maldad. El amor debe despertar corazones adormilados por la apatía y el odio colectivo. Santiago 3:10-11 nos cuenta: “De la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Las palabras no han logrado nada. Dios hablo y todo fue creado hermoso. Dios hablo y el ser humano fue creado. Dios hablo y el hombre fue lo mejor de Dios. El hombre habla y todo es destruido. El hombre habla y comienzan las guerras. El hombre habla y abundan los antagonismos, las anarquías, los celos, las envidias, las obras del mal. Hay que empezar a ser. A hacer el bien. Porque los palacios, los efímeros palacios de letras no sirven para nada .

Julio C. Cháves.

No hay comentarios.: