miércoles, 14 de marzo de 2007

Lo que sobra.

Hoy se teoriza sobre el amor, sobre la sinceridad, sobre la compasión. Pero en realidad lo que falta es amor, sinceridad, y compasión. Hay amor, pero no es amor autentico. Lo que hay es amor adulterado, raquítico que sólo abarca el yo, el ego. El egocentrismo sobra. La vanidad de los corazones yoístas sobra. Hoy se confunde felicidad con futilidad. Se confunde tierra con guerra. Se confunde amor con amor libre y genitalidad. Hay cosas que sobran. En vos, en mí, en nosotros. En cierta ocasión le preguntaron a Miguel Ángel:
- Maestro, ¿Cómo hace usted sus maravillosas esculturas?
- Es bastante fácil -respondió Miguel Ángel con seguridad, se toma un bloque de mármol y se le quita lo que sobra.
Hay cosas que sobran. Lo que sobra es el narcisismo, la falta de solidaridad, la corrupción, la impunidad, la hipocresía. El mal es lo que sobra. Lo que sobra es la violencia, la discriminación, los prejuicios, la envidia, los celos sin fundamento, el hambre de los niños, el analfabetismo, el querer superar a los demás. El Dr. José Ingenieros en su obra “EL hombre mediocre”, expresó: “El que no cultiva su mente, va derecho a la disgregación de su personalidad. No desbaratar la propia ignorancia es perecer en vida. Las tierras fértiles se enmalezan cuando no son cultivadas; y los espíritus rutinarios se pueblan de prejuicios, que los esclavizan”. Las cosas que sobran son la maleza del mal y todos sus derivados. La vanidad muchas veces nos controla. Nos controla el orgullo que nos empuja hacia la hipocresía y la ambivalencia. El desamor y el odio, en ocasiones nos manipulan como a títeres sin alma. Lo que sobra es el amor raquítico que poseemos. Lo que sobra es la ignorancia de querer superar a los demás, dejando la sabiduría de querer superarnos a nosotros mismos. No cultivar la mente implica suicidio intelectual. No leer significa morir interiormente, poco a poco. De lo que debemos darnos cuenta, si queremos sacar lo que sobra de nuestras vidas, es que, así como podemos disciplinar nuestro cuerpo para tornarlo más fuerte y diestro, también podemos disciplinar y cultivar nuestras mentes para mantener, fortalecer, y mejorar nuestro intelecto por medio de estímulos y de un alimento seleccionado. Hace algunos años, los científicos creían que nuestros cerebros declinaban funcionalmente con el paso de los años de modo inevitable. Sin embargo, esta realidad no es correcta, pues lo cierto es que podemos mejorar nuestras inteligencias a lo largo de toda la vida. Nuestro cerebro está diseñado de modo infalible, y es superior al cerebro de otros seres vivientes. Nuestro cerebro posee la capacidad de absorber y almacenar gran cantidad de información, externa e interna, y puede manipular esa información de modo inmediato.
Gracias a Dios podemos cultivar nuestras mentes de modo consciente. Cultivar la mente es vivir la vida de un modo pleno. Cultivar la mente es adquirir conocimiento bíblico y cultural, para poder, de ese modo, interpretar nuestra existencia conforme a la palabra de Dios. Así pues, ¿Cómo alimentamos nuestras mentes de un modo adecuado? Debemos alimentarla con la palabra de Dios, pues desarrollar una mentalidad bíblica nos capacita para despojar de la ignorancia, la mediocridad, y la hipocresía de la vanidad. Debemos quitar de nuestras vidas lo que sobra. Por eso, es indispensable que nos formemos intelectual y espiritualmente, con l a palabra de Dios. Debemos memorizar porciones de la Biblia para interpretar la realidad, nuestra existencia y el mundo, en torno a las santas escrituras. Hay que educar nuestras mentes con la palabra de Dios si queremos de veraz cambiar nuestras conductas de modo positivo. Si cambiamos nuestras mentes cambiaremos lo que somos. Si cambiamos lo que somos cambiaremos e influiremos en los demás de modo constructivo.
El salmo 119:1-7 nos dice:
“Bienaventurados los perfectos de camino,
Los que andan en la ley de Jehová.
Bienaventurados loa que guardan sus testimonios,
Y con todo el corazón le buscan;
Pues no hacen inequidad los que andan en sus caminos.
Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos.
¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!
Entonces no seria yo avergonzado,
Cuando atendiese a todos tus mandamientos.
Te alabare con rectitud de corazón
Cuando aprendiere tus justos juicios”.

Julio C. Cháves.

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